Texto: Luz Cecilia Andrade
Fotos: Luz Cecilia Andrade y Aranza Bustamante
¿A qué sabe el color rojo?, ¿si me como el color amarillo me hago rubia? Estas preguntas son recurrentes para la pequeña Malena, una de las integrantes de este cuento en el que las mujeres se dedican a pintarse de los colores del mundo, y el mundo gustoso las pinta de sus colores.
Desde niña Malena amaba sus ojos porque con ellos podía ver; amaba sus ojos más que a su mamá, más que a su perro Oso, más que a sus muñecas de trapo… incluso más que al tomate.
Tanta era su fascinación por los colores que un día la señora María, madre superada en amor por los ojos de su hija, atrapó a Malena en el acto de comerse sus crayones.
—Me voy a colorear la panza por dentro, María, quiero tener la panza de colores —dijo la niña cuando su madre le robó el bocado del color morado.
—Malena, ¿acaso te volviste loca de verdad? Si comes colores te dolerá la panza y voy a tener que decirle a Doña Lila que te truene el cuero para que se te pase, ¿quieres eso?
Cuando la decepción y el berrinche aparecieron en los ojos de Malena, esos que tanto quería, la señora María quiso llorar también.
—Niña, ya no llores, se te van a nublar esos ojos alcanciosos y la lluvia no te va a dejar ver bien. Mira, voy a contarte un secreto chiquito, chiquito —la señora María sentada en el piso junto a su hija dijo—: ¿has visto los colores de los frutos que te da la naturaleza? Cuando los frutos de la tierra se cortan con amor y los cuidas como a la niña de tus ojos, así como hago yo contigo, a veces te dejan usar su belleza para colorear tu cuerpo.
Las chapitas de la tía Amalia son bellas y coloradas porque ella cuida sus jitomates con mucho amor; Catalina tiene el cabello más negro y grandote que has visto porque sus berenjenas lo pintan como agradecimiento por regarlas cada que tienen sed; y los ojos de la abuela Rosalba son de ese color cafecito bonito porque su almendro es generoso, y cada que ella quita una almendra le da las gracias por permitirle comer de él.
Te cuento este secreto chiquito, chiquito porque la belleza particular que cada una de ellas posee proviene de los colores del mundo, no de tus crayones, Malena. Incluso tus ojos tan bellos son como son porque la naturaleza quiso que la apreciaras a través de sí misma, y te coloreó a su manera.
Ahora que sabes el secreto chiquito, chiquito, no te sientas triste mi niña, seguramente ya tienes toda la panza llena de colores por tanto querer la vida.
Al concluir su relato, María con su largo vestido azul levantó a una pequeña Malena fascinada y convencida por el secreto chiquito, chiquito que le había contado. Ambas, iluminadas por la luz clara y amarilla del día, salieron al patio y con sus ojos color tomate contemplaron el cielo.
