Aviso intergáláctico

Texto: Yareth Arciniega

Aviso intergaláctico es una aventura atrapante que mezcla la ciencia ficción con un amor imposible. La probabilidad de que un ente proveniente del espacio nos avise de los planes maquiavélicos de una especie como los temibles Sitrios, no suena tan descabellado mientras se lee esta ficción.

La oficina está más ajetreada de lo normal. Han duplicado la seguridad, los agentes se  coordinan por los radios a gritos y los científicos corren con máquinas raras de una sala  a otra. El oficial de la entrada me ha advertido que el Doctor Tenoch hizo un avistamiento  sobre el lago por la madrugada; se ha activado el protocolo de inmediato y todo el cuerpo de investigadores está en camino para encontrarse con la extraña “criatura”.

Con la resaca apenas puedo concentrarme en el número de llamadas perdidas del Doctor en mi celular. Me dirijo hacia su oficina y mientras subo las interminables  escaleras de mármol me pregunto por qué el edificio es tan luminoso y blanco, siento  que la cabeza me va a explotar. Tal vez no sea tan buena idea ir a reportarme con Tenoch tan temprano, pero como decía mi abuela, «al mal paso darle prisa». Si me sermonea  ahorita, por la tarde estará más tranquilo.

Desde el vestíbulo puedo verlo parado en el ventanal de su oficina, desde donde,  a su vez, se alcanza a ver el lago. Tiene los brazos cruzados, señal clara de que está pensando. Los primeros rayos del alba abrazan su figura, es una escena digna de una  foto. Se la voy a tomar y cuando me termine de gritar se la enseño.

—Atrévete a tomar esa foto y llamo a los de seguridad para que te saquen —me dice extrañamente tranquilo, antes que yo pueda hacer cualquier cosa. A veces creo que  tiene un súper poder que se activa cuando la riego y le da la capacidad de sentir mi  presencia, aunque yo no haga el más mínimo ruido.

—Esta vez te voy a ahorrar el sermón y solo te voy a pedir que te pongas a trabajar —me dice pensativo—. Por la madrugada una bola plateada fue expulsada del interior  del lago, los investigadores reportan que es un saco plateado con una criatura dentro. —¿De qué material es el saco? —pregunto ingenuamente—. Es Cossette, María. Ha vuelto. Siento los ojos llenos de lágrimas y la emoción me invade acompañada de una  gran angustia.

El camino para llegar a las escaleras se me hace eterno, mientras bajo corriendo  logro ver a los científicos con los trajes blancos antivirales ingresando la cápsula de cristal  con ella dentro. Metros antes de poder tocarla siento los brazos de Tenoch deteniéndome  por la cintura, yo intento zafarme para tocarla, pero él me toma por los hombros y me sacude mientras grita —¡No sabemos de dónde viene, sí está contaminada y la tocas sin traje, morirás antes que podamos siquiera despertarla! —Reacciono de inmediato y  rompo en llanto. —Lo sé —me dice— yo también tengo miedo.

Han pasado diez largos años desde la última vez que vi a Cosette, cuando yo apenas tenía un año trabajando en el Instituto de Investigaciones Espaciales, y aunque  su regreso me llena de vida también sé que no augura nada bueno para la humanidad.

Cosette fue enviada a la Tierra por los Sitrios, una raza de la que apenas sabemos, habitantes de una de las estrellas más brillantes de la galaxia: Sitrio. Llevan aproximadamente dos siglos observándonos con el único objetivo de llevarnos a la extinción, según nos dijo Cossette en su primera visita, por considerarnos, más que una especie, una plaga.

Aquella primera vez la misión de Cosette en la Tierra era enterrar cinco piedras, una  en cada continente, las cuales harían explotar al planeta provocando nuestra destrucción.  Pero Tenoch, el director del Instituto, la encontró inconsciente y con signos de hipotermia en la cápsula en la que fue disparada hacia la Tierra antes de que pudiera hacer cualquier cosa. Inmediatamente la internó y comenzó a estudiarla. Me la presentó ocho días después de que la encontró.

Su comportamiento era hostil y se negaba a comer o beber cualquier cosa, él tenía  miedo de que se muriera de inanición. Su aspecto era muy particular, a pesar de tener  la apariencia de un humano su esencia era completamente diferente. Su piel era blanca,  casi transparente, menuda y con el cabello largo hasta la cadera, más delgado que el de  un bebé y de un color negro intenso. Al principio sus ojos parecen ser como cualquier otro par, pero si los miras fijamente, no sé cómo, se pueden ver las constelaciones.

Su comportamiento conmigo siempre fue diferente, desde la primera vez que me vio. Fue así que pasé de practicante a ser el puente entre ella y la investigación del  Director, que ahora es mi mejor amigo. Lo más difícil fue aprender a comunicarnos con ella, adaptarla. Era como enseñarle el mundo a un bebé, y esa fue mi tarea durante largo  tiempo.

Cuando al fin logramos comunicarnos de manera fluida, entre ella y yo ya había algo más que una amistad, no sé cómo explicarlo, pero si tuviera que describirlo el amor se quedaría muy corto. Tal vez por ese sentimiento mutuo ella se esforzaba el doble en tratar de hacernos entender lo que quería decir, en tratar de explicarnos que la  humanidad corría un grave peligro y que su regreso al espacio representaría el fin de  toda nuestra especie.

A pesar de la incertidumbre la vida a su lado era maravillosa; mostrarle el mundo que la habían mandado a destruir ha sido lo mejor de mi vida. Con el tiempo y un poco  de observación participante su perspectiva de los humanos cambió. —Tienen que hacer  cambios —me intentaba decir preocupada cuando presenciaba comportamientos  desagradables. Esa era su nueva misión, encomendada por ella misma, darnos tiempo  de cambiar.

Este acontecimiento no podía permanecer oculto al mundo; los organismos internacionales, embajadores y gobernantes de cada nación fueron notificados con una  carta emitida por el Instituto de Investigaciones Espaciales (INIES), escrita por el mismo  Tenoch. De inmediato se convocaron numerosas reuniones internacionales para discutir  el tema y las medidas que se implementarían.

La misma Cosette propuso y se comprometió a explicar la condición de la Tierra  y de los humanos a los Sitrios con el fin de convencerlos de desistir de sus planes. Su  partida se pactó para el primer día del nuevo año. El 31 de diciembre del 2014 prometió, ante millones de personas incluyendo a los presidentes de aproximadamente 20 países diferentes, volver antes de un año con la decisión final que, ella aseguraba, sería  satisfactoria. El presidente la abrazó y le dijo al oído que no sabía expresarle su  agradecimiento, ella contestó con la ingenua sonrisa de quien no espera nada a cambio. Subió a la nave y se perdió entre las estrellas.

Después del primer año de no saber nada de ella hasta llegué a cuestionarme si  la vida y todo lo que habíamos vivido y hablado había sido verdad o sólo producto de un  sueño, llegué, incluso, a preguntárselo en repetidas ocasiones a Tenoch, quien varias  veces me confesó sentirse igual. Para ser sincera, más que preocuparme la humanidad quería saber que no la había soñado, que era real, que iba a volver y que yo volvería a  ver las estrellas en sus ojos todas las noches.

Todos los días recordaba cuando la llevé a conocer el mar; la imagen del viento haciendo volar su cabello, cómo el sol que en contacto con su piel dejaba ver claramente  sus delgadas venas y con qué libertad bailábamos al ritmo del mar embravecido.

Cinco años después confirmo su existencia, no fue un sueño, está aquí, pero no despierta. —¿Los habrá convencido? —me susurró Tenoch cuando me vio más tranquila. Hoy, ocho días después de su retorno, con las cenizas de su cuerpo en una cajita de madera, deduzco que no lo logró, que sufrió mucho intentándolo, pero que no los convenció. No se necesitaba ser un experto, bastó con ver su cuerpo para saber que la torturaron con múltiples instrumentos, bastaba con ver en su cara la expresión de sufrimiento.

Los protocolos de invasión alienígena se han activado en todo el mundo y me molesta el hecho de que la población nunca sabrá de su existencia, ni podré, “por  seguridad internacional”, contarle a nadie sobre la heroína que nos puso sobre aviso. En este momento estoy fragmentada, mi cuerpo está parado frente a más de 20 mandatarios de países diferentes, mientras que el corazón lo tengo entre las manos, en  la misma caja que guarda las cenizas de su peculiar cuerpo y mi alma está entre las  estrellas tratando de reunirse con la de ella. A mi lado está Tenoch y todo el equipo del INIES en un evento privado al que denominaron homenaje; los tambores y las trompetas suenan fuerte en honor de esa dulce e inocente criatura que dio su vida por una raza  entera.

Las lágrimas me caen por las mejillas incontrolablemente, quiero gritar y llorarle a solas, sin tantos ojos sobre mí, sin la presión del qué dirán, quiero ir al mirador donde me  platicaba su infancia y las costumbres de su planeta. —Sí me quedo un segundo más  me voy a volver loca —le digo al oído a Tenoch, él asiente y aprieta mis manos entre las  suyas. —Si necesitas algo llámame —me dice en tono suave. A pesar de la discreción  con la que he intentado salir el Doctor Figueroa ha notado mi salida y de un movimiento ha quedado frente a mí, confundida le sonrió y él toma mi mano discretamente, en ella ha dejado algo y antes de que yo vea que es me dice —lo encontramos en su garganta  mientras le hacíamos la autopsia— y desconcertada le digo gracias.

Salgo de la explanada del Palacio de la Nación, donde se llevó a cabo el supuesto homenaje y corro hacia el auto, tantas ideas pasan por mi cabeza y con el tacto no logro  descifrar que es lo que el doctor me ha entregado. Al subir al auto abro la mano y lo que  veo es un pedazo duro de tela, al abrirlo veo escrito:

“Nada en el espacio me gusta tanto  como tú. M-C”.

La desesperación me invade y echo a andar el carro sin rumbo. Después de dos horas de manejar me descubro sentada en la misma playa donde fuimos tan libres y  felices. Oigo mi celular sonar por primera vez en el día y al contestar advierto 50 llamadas perdidas de Tenoch. Al contestar me anuncia que la oscuridad y muerte del planeta Sitrio  y sus guerreros, los sanguinarios Sitrios, se acercan. Y que aquel de quien tanto nos  habló mi amada Cossette, Canopo «El verdugo de planetas», llegaría pronto a poner al planeta Tierra a sus pies.

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