Texto: Yareth Arciniega Villa
En la víspera de Navidad Papá Noel entregaría —como de costumbre— miles de juguetes a lo largo del mundo, pero pronto se dio cuenta de que algo peculiar sucedía en México: los niños y niñas comenzaron a desaparecer y nadie sabe quién se los llevó. Este cuento es un desafortunado trago de realidad que nos sumerge en una situación obscura. Pone la mano sobre la yaga y no nos suelta hasta introducir en nuestra mente esa pregunta que sigue retumbando en la mente de cada uno de los padres y madres que viven tragedias como estas: ¿Dónde están los niños?
Es 24 de Diciembre y Papá Noel ha venido como todos los años desde el Polo Norte a entregar juguetes a niños de todos los continentes. Ya fue a Hamburgo, Tokio y Singapur y recorrió el globo terráqueo de Norte a Sur. Está por amanecer y sólo queda un lugar por visitar: México, un pedacito de tierra donde ha estado pasando algo muy peculiar; los niños están desapareciendo de a poco. Cada año son menos los juguetes que allí tiene que entregar y la situación que se vive es muy particular. Hace aproximadamente dos décadas que el viejo comenzó a notar que faltaban niños en uno que otro hogar; las cartas no llegaban y los juguetes comenzaron a sobrar.
El aterrizaje en esta tierra es duro, la angustia se subió al trineo y le provocó un nudo en el estómago. Le da terror averiguar quién desapareció este año y no es un miedo infundado, pues él los conoce bien a todos. Durante todo el año su trabajo es observarlos. Que emoción le da a él ver a los niños crecer y cómo le carcome el alma el dolor de saberlos extraviados.
La primera casa a la que va a entrar no tiene más luces que la del faro que alumbra la entrada, pero por poco y no la reconoce. Recuerda que este es el hogar de una niña de cabello negro, largo y brillante, amante de las galletas y el chocolate caliente; de cariño la llaman Ali. Papá Noel la visita desde su primera Navidad y está muy entusiasmado por verla este año. Desde que la pequeña aprendió a escribir deja en el árbol una carta en la que le resume todo lo que aprendió desde su última visita. Estos detalles y las sonrisas en los rostros de los niños al ver sus obsequios son lo que hacen que, para Papá Noel, las largas jornadas de trabajo valgan la pena.
Al poco tiempo de haber entrado a la casa, con un hueco en el estómago y gran impotencia, Noel descubre por qué la casa no está adornada; esta vez es la cama de Ali la que está vacía. La niña, que desde hace cuatro años le dejaba cartas y galletas de mantequilla, es una de las desaparecidas. Mientras sus padres habían salido a la tienda alguien tocó a su puerta y se la llevó. Hoy, 24 de diciembre, pegaron en los postes volantes de «se busca» con su rostro.
–Que mi niña regrese con bien –le pide su madre al cielo con un rosario en la mano. Noel la está viendo llorar por la ventana que da a su cuarto. Las lágrimas también ruedan por sus mejillas y antes de partir decide dejarle en su cama la muñequita que ella tanto quería, por si regresa, por si la encuentran.
La escalada al techo para llegar al trineo es difícil, la angustia de no haber encontrado a Ali le oprime el pecho sobre manera, pero lo que más lo aterra es descubrir quién más no está esta navidad en su cama. –¿Quién es el responsable de esta atrocidad? –se pregunta con desesperación. No sabe que está por venir lo peor.
El año pasado para Navidad, la pequeña Dalia apenas comenzaba a hablar y se acuerda de esta bebita porque le trajo un osito y un juguete para que también aprendiera a caminar. No encontrarla en su cuna le ha abierto al viejo un hueco en el pecho, lo ha invadido el miedo de no volver a ver a aquella niñita con cabello dorado. Papá Noel no puede contener el llanto al ver a los padres de la niña sentados junto a la cuna abrazando su tierno retrato. Antes de irse, del costal de piel ha sacado una sonaja, la deja en el lugar donde debiera estar el arbolito.
Las lágrimas caen sobre el traje rojo en forma de copos de nieve, la presión en el pecho cada vez es más fuerte, confundido repite con la voz quebrada las mismas preguntas: –¿Qué está pasando en este lugar?, ¿quién se lleva a los niños?, ¿cuándo van a regresar?, ¿acaso estas malas personas nunca fueron niños?, ¿no recuerdan mis visitas y la ilusión que les causaba?, ¿por qué a los niños? Mis niños…
El viaje a este pedacito de tierra, que un día fue uno de los favoritos del viejito Pascuero, se le ha convertido en un martirio. Hace un año fue prácticamente lo mismo; Josué no ha podido estrenar la bicicleta verde pistache que pidió; la noche del 23 del año pasado, el niño de camino a casa de su abuela desapareció. Así también María que con siete añitos de edad, fue vista por última vez en la feria, 12 días antes de Navidad.
El viejo Noel no es el único afligido, los juguetes ven muy incierto su destino. ¿Quién jugará con ellos si sus amos no vuelven? La pequeña muñeca rubia se quedó sin los bracitos que la arrullarían durante horas, aquel osito con moño de listón dorado tal vez nunca sienta el calor de un abrazo, un par de superhéroes se quedaron con ganas de vivir mil aventuras y a la bicicleta verde pistache nunca se le van a desgastar las ruedas.
Son cada vez más los niños de los que papá Noel no vuelve a saber, cada vez más las casas sin Navidad, sólo hay camas vacías y familias con la vida destruida. La Navidad no significa nada cuando se tiene a un niño desaparecido, las fechas se olvidan cuando las preguntas inundan el pensamiento: ¿Ya habrá comido?, ¿tendrá frío?, ¿estará enfermo?, ¿cuándo lo volveremos a ver?, ¿seguirá vivo?