Texto: Luz Cecilia Andrade
Fotos: Cortesía de Marcela Romero
“La manera de mirarnos a los ojos, de usar el cuerpo, la expresión corporal y verbal para contar hace que establezcamos de veras una relación muy cercana con el público” .
Marcela Romero
Doce tres de la tarde. La habitación a través del recuadro de colores y pixeles se reduce a una pared blanca adornada por tres cuadros con diversos dibujos; un sillón con mantas y un rostro afable del cual emergen las manos inquietas de Marcela Romero, narradora oral con treinta años de experiencia que comparte su travesía por el mundo de las artes y sus nuevas experiencias con la virtualidad a través de una pantalla.
Desde joven Marcela supo que quería hacer algo en las artes escénicas, pero la preocupación de una madre por el futuro de su hija propició que ella dejara de lado sus pasiones para ingresar a una carrera con proyección a futuro y se acoplara a sus intereses.
Fue entonces que de manera simultánea a la carrera de Relaciones Internaciones que estudió en la UNAM, los fines de semana hizo teatro en diversos espacios como Centro de Arte Dramático de Coyoacán, Teatro Estudio Universitario en la UNAM y en El teatro y sus artefactos con Hugo Hiriart.
Esa doble rutina la llevó a cabo hasta que la oportunidad de trabajar para México en el Servicio exterior se presentó. Así, durante siete años ejerció su carrera al mismo tiempo que organizaba lecturas de atril y hacía voluntariados en el departamento de teatro de la Universidad donde estudió su maestría en Sociología Política en Inglaterra.
El descubrimiento de la narración oral: un trabajo solitario y colectivo
Durante los años que Marcela vivió en el extranjero, el teatro en México descubría nuevas formas de contar historias. “A lo largo de estos siete años que yo viví fuera de México habían conocido (sus compañeros de El teatro y sus artefactos con Hugo Hiriart) la narración oral, y cuando yo regreso me los reencuentro y veo que se están dedicando a ello».
Marcela fascinada por lo que hacían encontró una nueva forma de darle cabida a su deseo escénico desde lo individual pero también desde lo colectivo, ya que una parte fundamental de la narración oral es saber que la agrupación de narradores te permite cuidarte y cuidar a tu compañero a través del tallereo mutuo.
Entonces con manos inquietas y sonrisa ancha, recuerda que a partir de 1990 ⎯cuando toma su primer taller de narración⎯, lo que empezó como un hobby de fines de semana por 10 años, se convirtió en una pasión acrecentada donde lentamente pasó de una profesión a otra.

“Fui muy feliz en mi carrera, tuve experiencias magníficas, viajé, pero en realidad desde el principio yo lo que quería hacer era subirme a un escenario y ahora me dedico a contar cuentos (…) hoy tengo 30 años como narradora independiente.”
La narración a través de la virtualidad, más ventajas que desventajas
Pensativa, busca las palabras correctas. Con los ojos apuntando al cielo revuelve sus pensamientos frente a la pregunta de si la narración oral se ha modificado con la nueva normalidad. Ella sabe que ha cambiado la forma de acercarnos al otro porque “estamos aquí, con esto del trabajo, la pantalla y la cámara” pero pese a ello las ventajas de la virtualidad son más grandes que las desventajas.
Cuando el lunes 23 de marzo la coordinación de la Unidad de Vinculación Artística (UVA) del Centro Universitario Tlatelolco le informó que los talleres presenciales iban a ser suspendidos de forma indefinida, ella supo que era necesario buscar alternativas para seguir tallereando. Tras contratar una plataforma digital y contactar a sus alumnos para poder trabajar, sus talleres iniciaron casi de inmediato.
“Para mí la desventaja es: estoy trabajando en este recuadro y entonces yo soy muy gestual, muy corporal y no me puedo mover mucho (…) ¿Cómo expresas todo con tu cara?, ¿cómo trabajas con la modulación de voz y cómo juegas con el acercamiento a la cámara, los ojos y la boca?”, pregunta Marcela mientras toca su rostro con manos frenéticas, acercándolo a la pantalla; moviendo sus ojos camaleónicos y gruñendo a través de su boca transformada.
Sin duda las desventajas corporales y gestuales fueron inevitables, pero al mirar el lado positivo de las cosas le alegró saber que mediante la virtualidad pudo dar talleres a gente de diversas regiones de la República Mexicana lejos de la zona centro como Oaxaca, Guadalajara y Morelos.
Además de poder ser capaz de visitar diversos festivales culturales en Calcuta, Panamá, Barcelona, Zacatecas y la India desde su sillón. “En un plazo de dos semanas experimenté lo que era el don de la ubicuidad, fue maravilloso”, comenta Marcela.
De maestra a espectadora
Marcela reflexiona sobre su posición actual frente a sus alumnos y una nueva faceta ha surgido: ser espectadora. Si bien para ella no ha sido fácil ser creativa en estos tiempos, sus propios alumnos al pedirle que los monitorée desde la distancia la han inspirado enormemente.
“Ayer exactamente recibí un video de una alumna que hizo algo tan conmovedor y tan hermoso que ahora quiero que ella me asesore para ver cómo lo puedo hacer (…) Quizá ahora yo de la vuelta y les diga «¿me ayudas?», «¿me diriges?”
Además, Marcela está convencida de que las nuevas expresiones y proyectos que surgen a través de la virtualidad ⎯principalmente de sus alumnos⎯, forman parte de un “boom” actual que la narración oral está viviendo, sin embargo, es necesario no perder de vista la profesionalización del trabajo propio para darle el lugar que se merece como un arte y un trabajo que debe ser remunerado cuando se ejerce.
Ahora la gente reconoce el valor de una historia bien contada y sus múltiples funciones como un recurso pedagógico y terapéutico que vale la pena llevar a cabo.

Recomendaciones para los nuevos narradores
Con más de 30 años de experiencia en la narración oral, Marcela Romero aconseja a las nuevas generaciones de narradores que no desechen la posibilidad de formarse profesionalmente, ahora que la virtualidad ofrece nuevas alternativas para aprender a la distancia con muchos talleristas de México y países latinoamericanos o de habla inglesa.
Con mirada apasionada, ella espera que descubran en el cuento una fuente de información, sabiduría, diversión y entretenimiento que trae consigo la responsabilidad de llevar la voz de una comunidad, una cultura o un pueblo a otro lado, porque ser narrador es más que aprenderse un cuento.
“El narrador cuenta desde sí mismo, no desde un personaje, eso hace que se abra de capa frente al público, que esté ahí expuesto porque los cuentos que elegimos (…) nos conmueven y, a la hora de estarlos contando nos estamos comunicando de esa manera con quien nos está escuchando”, resalta Marcela.
Sin escenografía, el cuerpo y la voz tienen que llenar todo un espacio de paisajes y personajes que necesitan conectar con el público y eso sólo se logra a través del compromiso y pasión que la palabra contada puede llegar a producir en todo aquel que la emita, y todo aquel que desee escucharla.