Texto y fotos: Aranza Bustamante y Mónica Cruz
Día de Muertos es una tradición que no sólo está dedicada a fallecidos por Covid-19, a personas murieron por causas naturales, enfermedades o delincuencia organizada. Esta fecha se ha convertido en un día dedicado a aquellas mujeres cuya vida les fue arrebatada. Cada año son recordadas por sus familiares y por diversas colectivas feministas, quienes siguen en la lucha para exigir justicia por sus feminicidios.
En 2020 decenas de ofrendas se montaron a lo largo de todo el país recordando que en México son asesinadas —en promedio— diez mujeres al día. Esta es una crónica de dos manifestaciones feministas que fueron realizadas este día: en la Ciudad de México y en el Estado de México.
Ciudad de México, un epicentro de lucha
Cuatro en punto del domingo 1 de noviembre en el Hemiciclo a Juárez. Hay un campo de macetas lleno de pétalos de cempasúchil, flor cuyo olor característico se percibe en parte de la explanada. Hay más de 60 asistentes —mujeres, niñas y algunos hombres— y pronto comienzan a llegar más; hay abundancia de catrinas preparando sus vestuarios y maquillajes, cruces rosas con la palabra “justicia” y fotografías de mujeres asesinadas.
Se trata de la Marcha de Catrinas convocada en redes sociales por la colectiva Las del Aquelarre Feminista, quienes, desde hace cinco años llaman a la población a reunirse este día para recordar y exigir justicia por los feminicidios y las desapariciones de mujeres, cuyos casos e investigaciones —en su mayoría— no han procedido en las fiscalías.
La marcha dará inicio en este punto y concluirá en la Antimonumenta, símbolo de ausencia y de lucha colocado apenas el 8 de marzo del 2019, que llama a hacer memoria y a no dejar que los nombres de todas esas mujeres sean olvidados. Aquí se terminará de colocar una ofrenda para todas ellas.
Muchas de las asistentes viven en otros estados de la República y viajan a la Ciudad de México debido a que ésta sigue siendo un punto de reunión, pues en sus lugares de origen la impunidad es aún mayor al igual que la represión. La experiencia de ser mujer es distinta y varía dependiendo de la ubicación, además, hay municipios con mayor número de feminicidios; el Estado de México se posiciona con el mayor número de casos.
“Los nombres que se encuentran aquí son historias que el tiempo se va tragando, que la historia va olvidando y que sólo sus familias recuerdan (…) El día de hoy estamos recordando una parte de las historias que el Estado de México se ha tragado, porque es un Estado feminicida”, dice una de las integrantes, quien está caracterizada de catrina, porta un vestido blanco y igual que otras 20 asistentes, en sus ropas tiene pegadas decenas de fichas de mujeres reportadas como desaparecidas y cuyos cuerpos fueron hallados en el Río de los Remedios.
Para Viridiana Trejo González y Frida Arroyo Méndez, integrantes del colectivo que se caracterizó de esta manera, el Día de Muertos es una tradición bonita porque se recuerda a quienes ya se fueron, sin embargo, en los últimos años ha cambiado la forma de percibirla y ya no se celebra como antes; ha surgido la necesidad de manifestarse para exigir justicia por las mujeres y niñas que no murieron, sino que fueron asesinadas.
Hay presencia de madres que se han convertido en símbolo de lucha y resistencia, como es el caso de Araceli Osorio, madre de Lesvy Berlín Osorio, cuyo cuerpo fue encontrado en Ciudad Universitaria; y de “Las Obsidianas”, un colectivo del bloque negro del que algunas de sus integrantes portan capuchas decoradas con pétalos, pañuelos verdes —símbolo de las que luchan por la despenalización del aborto— y fotografías de mujeres asesinadas cuelgan de su cuello.

“En México llevamos 30 años de un país feminicida. Nosotras queremos demostrar que todo tipo de protesta es válido: el performance, las ofrendas, el quemar. Todas somos un mismo movimiento, estamos unidas y organizadas y no vamos a dar un paso atrás”, claman las colectivas con mucha euforia y dolor.
Por su parte, Norma Andrade, madre de Alejandra, quien fue asesinada hace 20 años en Ciudad Juárez, explica que su lucha también es contra el Estado y los gobernantes: “Ellos dicen que nosotros hicimos la lucha del feminicidio algo político, cuando quienes lo hicieron fueron ellos, nosotras somos madres exigiendo justicia por el asesinato de nuestras hijas”.
Son casi las 5 de la tarde y antes de partir hacia la Antimonumenta el grupo musical Snow Apple entona diversas canciones, entre las que se encuentran La llorona, pero no la versión tradicional, sino una que habla sobre la situación de violencia que viven las mujeres:
Ay de mi llorona, llorona
mi niñita mexiquense
te fuiste para la escuela, llorona
te encontré en el forense
quieren matarte de noche, llorona
quieren matarte de día
te matan los delincuentes, llorona
te mata la policía
Finalmente, todas cantan unidas en una sola voz Canción sin miedo de Vivir Quintana, una pieza que se ha convertido en ícono e himno feminista desde que fue presentada por primera vez el pasado 7 de marzo.
Un viento frío inunda las calles de la ciudad y por fin se da inicio a la procesión. Las y los asistentes cargan en sus manos macetas con flores anaranjadas y violetas, papel picado, retratos, veladoras, cruces y carteles que fungen como recordatorio de esta problemática.
Hay niñas, adolescentes, madres, padres, hermanas, primas y amigas de víctimas de feminicidio, todas ellas portan cubrebocas o caretas porque si bien la pandemia por Covid-19 sigue, la pandemia de los feminicidios tampoco ha parado. Los rostros de algunas están en llanto mientras gritan “¡Ni una más, ni una asesinada más!”, en otros, se siente la rabia que las impulsa a seguir luchando.

Los colores vivaces abundan, ya que en México las ofrendas dedicadas a los muertos se hacen con la idea de celebrarlos y recordarlos con amor y cariño. En esta ocasión también se les recuerda, pero con la firme idea de que su muerte no fue producto de causas naturales, sino de asesinatos, de feminicidios.
Al llegar a la Antimonumenta frente al Palacio de Bellas Artes ya hay una ofrenda, la cual terminan de montar con todo lo que llevan cargando. Una de las activistas que ayudó a organizarla, explica que está compuesta por tres niveles y tiene 32 calaveras y panes que simbolizan cada estado de la República Mexicana.
También está dibujado un mapa de México con aserrín rosa rodeado de un contorno de pétalos anaranjados. Al centro de éste hay una cruz negra y huesos de papel esparcidos de arriba a abajo: “Todo el estado mexicano está tapizado de huesos. Hay tumbas de nuestras hijas, por eso hicimos este mapa de México con el color del feminicidio”.


La activista también hace un recordatorio de los daños que sufrió la Antimonumenta semanas atrás por integrantes feministas del bloque negro, además, llama a la unidad entre mujeres: “antes eran huesos en el desierto porque eran asesinadas en Ciudad Juárez ahora ya no son asesinadas sólo ahí, sino en todos el país (…) por eso me deja coraje todo lo que hicieron (refiriéndose a los daños)”.
Luego el micrófono es tomado por Gerardo Ríos Castellanos, padre de Elideth Ríos Cabrera, víctima de feminicidio el 22 de junio de este año. Es la primera vez que él asiste a una marcha de estas dimensiones y mientras sostiene una manta con el rostro de su hija, denuncia que las autoridades de la Fiscalía de Nezahualcóyotl no han avanzado con las investigaciones de su caso.
El hombre que asesinó a Elideth sigue prófugo y a pesar de que fue identificado desde el primer momento —ya que era su pareja— la fiscalía emitió la orden de aprehensión hasta dos meses después. El señor Gerardo cuenta que desde que su hija fue asesinada no ha parado de poner flores en su tumba y esta es la primera vez que coloca su fotografía en la ofrenda que tradicionalmente monta a sus otros familiares difuntos.
La marcha poco a poco se apaga. Los medios de comunicación y algunos asistentes comienzan a irse a pesar de que aún no termina de ser montado el altar en la Antimonumenta. Las activistas hacen una invitación a la proyección de documentales sobre feminicidios, pero varias de las asistentes deciden partir, ya que aún deben llegar a sus casas, muchas viven en el Estado de México.
Ya son las 6:30 de la tarde y en las calles invade una penumbra y un fuerte y helado viento. Pronto la basura, los pétalos caídos y algunos trozos de papel picado son recogidos por mujeres vestidas con un uniforme verde limón con franjas blancas, cuya forma de resistir en este país es trabajar para poder sostener sus hogares.
Es 1 de noviembre, día en que los difuntos regresan y tradición que ha tomado otro significado en los últimos años debido a los asesinatos de mujeres y niñas que a diario ocurren en México.
La periferia oriente y sus mujeres asesinadas que no se olvidan
Una a una comienzan a llegar al número 22 de la calle Francisco I. Madero, las mujeres, niñas, jóvenes y adultas que se dieron cita en aquel singular lugar. La convocatoria se había lanzado días antes en las redes sociales y había sido difundida después por algunas colectivas feministas de la zona oriente del Estado de México. “Rudas Chimalhuacán convoca: Ofrenda y procesión de Catrinas por todas las que nos faltan. Viernes 30 de octubre, 5:30 pm. Trae veladora, flores o frutas para la ofrenda, trae las fotos de las mujeres que quieras nombrar”.
Tres años atrás y meses después del feminicidio de Diana Velázquez Florencio, familiares, activistas y vecinos de los municipios aledaños se habían organizado para pintar un mural en memoria de la joven de 24 años en el lugar en que fue hallado su cuerpo el 2 de julio de 2017. Ahí fue donde las mujeres del colectivo Rudas Chimalhuacán decidieron encontrarse para partir hacia el Centro de Justicia del municipio para manifestarse.
Siguen llegando más mujeres. Sus caras se les hacen extrañas, la mayoría no se conocen entre sí, pues han mantenido una relación muy reciente por medio de internet durante aproximadamente un mes y medio. Antes de la pandemia, internet ya era un espacio en el que se facilitaba el hallazgo de personas con ideas en común, así fue como feministas o mujeres en contra de la violencia de género, se supieron acompañadas en una lucha que llevaba tiempo gestándose en las afueras de la ciudad.
A bordo de un mototaxi arriba al punto de reunión la familia Velázquez Florencio: La señora Lidia acompañada de sus hijos Laura, Jairo y Camila, los tres hermanos de la joven Diana. En el triciclo que acostumbran llevar a las movilizaciones transportan dos bocinas, flores de cempasúchil y lonas con la cara de Dianita, como Lidia llama a su hija. Antes de que el contingente siga el rumbo planeado, la familia monta un pequeño altar frente al mural; ellas no quieren dejar vacío aquel sitio doloroso.

Con abundantes flores de cempasúchil, velas y cruces rosas en las manos, comienza la procesión nocturna. El grupo de al menos 50 mujeres se incorpora a la avenida Nezahualcóyotl y marchan entre las miradas de la gente que se encuentra saliendo de las compras y en medio de varios pitidos de claxon de los autos circulando en el carril paralelo.
Van a volver, van a volver,
las balas que disparaste van a volver,
la sangre que derramaste la pagarás,
las mujeres que asesinaste no morirán,
¡No morirán!

En 2015 se declaró Alerta por Violencia de Género contra las Mujeres (AVGM) por primera vez en algunas localidades del Estado de México. Sin embargo, al no darse solución al problema, en octubre de 2019 fue emitida la segunda AVGM para Chimalhuacán y otros seis municipios más, entre ellos Ecatepec, Nezahualcóyotl, Cuautitlán Izcalli y Valle de Chalco, lugares en los que se han registrado más desapariciones de mujeres.
Chimalhuacán, secuestrado por un represivo y autoritario grupo político, en un contexto gubernamental dominado por el clientelismo, preocupado por mantenerse en el poder y eliminar a sus enemigos más que por la seguridad de su población femenina, irrumpen las mujeres enojadas por la violencia machista y la última de sus consecuencias: el feminicidio. La disrupción agita el ambiente nocturno.
El contingente llega al Centro de Justicia y se coloca frente a la dependencia una manta con la leyenda “Chimalhuacán feminicida, justicia para Diana Velázquez Florencio”. Las mujeres comienzan a acomodar el altar frente al memorial de Diana; ponen flores, velas y fruta. Para la señora Lidia esto aún es difícil: “Hoy que mi hija ya no está es muy doloroso encender una veladora, me duele en el alma poner flores o cosas que se ponen en la ofrenda (…) para mí es como aceptar que mi Diana ya no está con nosotras y eso me duele demasiado”.
Otras chicas se dedican a pegar con una mezcla de engrudo y esperanza los rostros de mujeres asesinadas en las paredes, casetas telefónicas y postes; esperan de verdad que nadie las quite y se queden en la memoria colectiva para siempre. De fondo suenan las rimas de la rapera Rebeca Lane, también las de la chilena Ana Tijoux. En la señora Lidia muchas asistentes pueden ver a sus propias familias, pueden ver la angustia que estas tendrían si en algún momento ellas mismas fueran víctimas de algo como lo que le hicieron a Diana.

La música calla. Se gritan a todo pulmón los nombres de las tantas víctimas de feminicidio del municipio y de toda la periferia:
Mariana Lima Buendía
¡JUSTICIA!
Jhenifer Resendiz Quintanar
¡JUSTICIA!
Sandra Boyzo García
¡JUSTICIA!
Lorena Puntos Robles
¡JUSTICIA
Terminan de colocar los últimos elementos a la ofrenda dedicada a quienes un hombre les arrancó la vida. “Los cobardes asesinos no sabían que eran semillas, que volverían a renacer” reza un cartel sobre el altar. Las mujeres, adultas y jóvenes se agrupan y cantan enérgicamente Canción sin miedo de Vivir Quintana.

“¡¿Neta que es mi Chimalhuacán?!” consternada se pregunta a sí misma Cristal de 21 años residente del municipio, quien nunca había podido asistir a una marcha feminista por el miedo de sus padres a que le sucediera algo.
“Creo que ya rompimos el silencio en el municipio y eso es muy favorable para nosotras como mujeres, como familias, como madres que hemos perdido a un ser querido, a una hija, eso nos llena de fuerza porque eso es lo que necesitamos (…) para seguir exigiendo esa justicia que todavía no se le ha dado a Diana o a muchas mujeres que han sido asesinadas en Chimalhuacán y que simplemente son casos olvidados”, dice Lidia Florencio.