Texto: Aranza Bustamante y Carolina Argueta
Fotos: David Patricio
Verónica Barragán quería hacer fotografía de guerra, pero resultó —en sus propias palabras— que no servía para ese género, por lo que decidió intentar en el ámbito de la cultura y las artes. Hoy, es una artista que dedica su tiempo a proyectos propios y a impartir clases de fotografía; disfruta enseñando a sus alumnos a sentir la imagen y a “encontrar el instante decisivo”.
Fundadora del Colectivo Sprocket, Verónica considera a los integrantes del Albergue del Arte —lugar en el que dedica gran parte de su tiempo— una familia. Y es que su trayectoria no ha sido corta, pues ha conocido a muchas personas y ha hecho fotografía de todos los géneros posibles, incluso el experimental. Sin embargo, hacer tanto la hizo descubrir su encanto por la imagen macro porque para ella “menos es más”, además, cree que habitamos en un mundo maravilloso lleno de colores, sensaciones y percepciones.
A Verónica le gusta retratar las texturas, literal y metafóricamente. Los proyectos que más recuerda tienen todas estas características, algunos de ellos son: Retratos e Historias del Punk y retratos a indigentes. Para ella, este es un trabajo que implica no sólo cargar una cámara, sino que hay que “sentarse con ellos, olerlos y conocer sus texturas”.
“A veces llegaba a mi casa, me bañaba y decía, sigo oliendo a timo porque había veces en que algunos de los chicos punks andaban con su mona. Uno tiene que involucrarse porque al menos lo que yo he querido retratar no son sujetos ni sujetas, sino esencias, personas con nombre y apellido, y con una historia de vida. Esto es lo que a mí me nutre y pienso que cuando estás consciente de estas cosas, tu foto es diferente”.
Actualmente, además de ser docente en la facultad en la que estudió sigue explorando entre los géneros en búsqueda de saberse, de aprender más y de descubrir muchas cosas. Ella cree que “la desnudez está entre esas cosas”, ya que desde que hizo la serie de los punks quedó mucho en su mente la idea de que los cuerpos son territorios. No le gusta que sólo se retraten los cuerpos con características canónicas, a ella le gusta transgredir la belleza.
“Me gustan las fotografías que no te muestran lo bonito. Soy amante del cuerpo y me gusta retratar algo que no sólo es sexual, sino que también es política, cultura, ciencia, psicología, amor, entonces por eso hago foto de desnudo”, afirma. Este camino en búsqueda de retratar esencias también la ha llevado al tema de la androginia: “son seres maravillosos, yo feliz de la vida si hubiera sido andrógina, imagínate tener ese don de poder ser hombre y mujer; el cuerpo como territorio tiene ese maravilloso poder”.

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Los inicios de Verónica en la fotografía se remontan a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (FCPyS). Desde antes de entrar ahí ella estaba segura que quería dedicarse a la imagen. Su intención era hacer cine, pero al darse cuenta de lo caro que era, decidió intentar a hacer imagen fija.
Pese a eso, nunca estuvo satisfecha con lo que la universidad le daba: “yo empecé a estudiar la imagen en la universidad, pero tenía sus deficiencias porque recuerdo que no me daban a conocer todo el proceso de relevado en la fotografía análoga, ya que no había espacios para hacerlo. Lo único aprendí fue a hacer trabajo de diapositiva”. Ella recuerda que los profesores la motivaban mucho y eso hizo que quisiera seguir aprendiendo.
Otra de las motivaciones que encontró en esa época, fueron las clases que comenzó a impartir en escuelas populares: “empecé a darles clases a señores más grandes, lo cual me dio muchas tablas porque ví la parte de metodología didáctica. Esto me dio la oportunidad de aprender foto en otros lugares”.
Verónica pasó de la UNAM y dar clases, a aprender más de fotografía en lugares como el Centro de la Imagen. Pronto conoció a más fotógrafos y fotógrafas que la invitaron a ser parte de sus agencias. Ella recuerda cómo valientemente aceptó cubrir un evento en Chiapas cuando el EZLN estaba en auge. Este fue su debút en el reportaje de guerra, pero no le gustó porque le pareció una experiencia muy fuerte.
Como resultado de lo anterior, comenzó a inmiscuirse en el ámbito del teatro, ya que personas a las que conocía la invitaron a hacerles sus books y a fotografiar sus obras. No obstante, continuaba dando clases, lo que la llevó a realizar su tesis sobre didácticas y metodología de la fotografía. Esto marcó el inicio de Verónica en la docencia, quien hasta ahora continúa compartiendo sus conocimientos en diversos espacios.
La fotógrafa recuerda uno de los trabajos que más le dejó enseñanzas por todas las restricciones que le daban a la hora de hacer fotografía; consistía en hacer levantamiento de imagen en las cárceles de la Ciudad de México, con la condición de no captar rostros.
“Tenía que echarle creatividad porque hasta me podían demandar. Para mí fue muy complicado porque no sabía si estaríamos en un espacio grande o pequeño, pero esto me enseñó mucho porque hay veces que veo colegas decir que sin tal lente específico no pueden hacer retrato, a lo que les respondo que deben solucionarlo al momento. Aprendí lo que es el instante decisivo, traigas la cámara o el objetivo que traigas”, menciona.
Todas estas enseñanzas y experiencias hicieron que descubriera en la fotografía un discurso de imagen que está rodeado de otras disciplinas artísticas. Verónica cuenta con alegría cómo acostumbraba hacer exposiciones que ella califica de locas porque aparte de fotografía, incluía música, danza, poesía e incluso invitaba a artistas que se encontraba en las calles.
Todo esto provocó que comenzaran a invitarla a impartir talleres en más lugares: en la UACM, la UNAM, el Claustro de Sor Juana, la ULA, el Colegio Holandés, el Grupo Tadeco y diferentes centros culturales.

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Verónica habla con mucha nostalgia de la fotografía análoga. Cuenta que hace años incluso llegó a cargar tres cámaras, entre ellas una análoga y una de video. En este tiempo le llamó la mucho la atención el tema de los pinos, por lo que decidió dedicarle un proyecto llamado Retratos e Historias del Punk que le llevó dos años construirlo. Ella considera que el punk ha vuelto a surgir en las chicas con el “rollo feminista”.
“Cuando comencé el proyecto de los punks me hablaban de una chica de nombre Fabiola, pero siempre se referían a ella como ‘la puta’. Luego tuve la oportunidad de conocerla un día en el Tianguis del Chopo; recuerdo que ella de repente llegó y me dí cuenta del personajazo que era, una chica más alta que yo, delgada y súper sexy. Para poder hacer el trabajo me la tuve que ganar”.
Los años de convivencia con Fabiola no fueron para menos; al final la dejó entrar hasta su recámara. Verónica recuerda un día en que ella le permitió presenciar cómo se preparaba para salir un sábado al Chopo: “pude ver cómo con un rastrillo se rapaba hasta sacarse sangre para salir con su gente. Le tengo mucho cariño porque al final vi la fragilidad de personajes que de repente si tú te los encuentras en la calle, te cambias de acera”. Ella considera que este trabajo fue “su aventura” porque lo hizo ella sola y porque en algún momento, cuando intentaron censurarla en el Chopo, los punks la apoyaron.
Uno de los aprendizajes que más recuerda con este trabajo es la importancia de la ética y la convicción. Ella recuerda que presenció varias situaciones “llamativas” que pudo haber retratado, pero no lo hizo porque cree fielmente que las fotografías siempre se revierten hacia el autor: “si uno piensa que al fotografiar cualquier cosa se está hablando de eso que se retrató, no es así, porque en realidad está hablando de ti”.

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Barragán siempre busca compartir las enseñanzas que ha obtenido gracias a sus experiencias. Considera que la paciencia, la habilidad, y tener claro lo que se busca son aspectos fundamentales a la hora de hacer fotografía. Pero sobre todo, cree que la dialéctica es algo esencial porque permite asombrarnos y no cerrarnos a una visión simplista.
Considera que sus talleres y clases a veces se convierten en una especie de fototerapia, ya que trata de indagar en las verdaderas intenciones de las fotografías:
“Yo en mis clases me aviento un rollo sobre los chakras que aprendí de los teatreros porque necesito que mis alumnos, quienes están aprendiendo conmigo, se hagan sensibles y antes que todo pregunto, ¿dónde sientes la foto?”, cuenta.
La artista considera que es responsabilidad de las y los fotógrafos hacer algo diferente. Ella cree que es necesario pensar la foto antes de hacerla, pero actualmente no se suele tener esta metodología debido a la inmediatez de los medios. Para ella, la cámara es una extensión del ojo y parte de nosotros, por eso, es importante que aprendamos a hacerla útil.
“Yo decía, la foto análoga es lo caliente y lo digital es lo frío, fue una crisis peor que las de mi pubertad, pero después empecé a ser más consciente. Hoy exhorto a mis alumnos de foto digital, a tomar un taller de foto análoga porque te forza a ser consciente de los clicks que haces”.
Revelar fotografías análogas es una de sus actividades favoritas, pues considera que se trata de “ritual maravilloso” en el que existe cierta emoción por ver el resultado final; ahora con lo digital está sensación ha desaparecido y la tecnología “nos deshumaniza ante el arte”, por ello, cree que es necesario dialogar con las fotografías.

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A lo largo de su trayectoria ha aprendido que la fotografía “rompe, te atraviesa, te cruza y te enseña los prejuicios y fails que puedes tener”, por esto mismo comenzó a hacer fotografía de desnudo y fotografía con temática andrógina.
A ella no le gusta captar sólo piel, por ello, para hacer foto de desnudo tiene que conocer muy bien a las personas, para así retratar sus esencias. Sin embargo, asegura que debe hacerse con mucho respeto y cuidado.

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Actualmente, además de impartir clases de manera fija en la FCPyS, se dedica a dar talleres en el Albergue del Arte, lugar al que llegó gracias a un amigo suyo. Ella ha presenciado los grandes cambios que el espacio ha tenido a lo largo de los años, y gracias a éste ha conocido a más personas que la han apoyado en sus proyectos.
Debido a una crisis que hubo en el Albergue, Verónica fundó el Colectivo Sprocket, el cual en un principio fue conformado por artistas de diversas disciplinas, sin embargo, poco tiempo después lo dejaron de lado. Recientemente los alumnos de sus clases la incentivaron a reactivarlo; ahora forman parte fotógrafas y fotógrafos dedicados a hacer workshops y desafíos fotográficos.
“Sin saber nada lo hicieron y empezaron a jalar gente. Ellos son como mi mano derecha y mi mano izquierda, acercan a gente para que se apunten en los talleres y la gestión. Nosotros tenemos las ganas de ser un colectivo donde haya comunidad, que a veces es difícil por los egos de los fotógrafos”, cuenta.
Verónica Barragán es feliz cuando habla del colectivo que ahora es parte fundamental para ella. Los integrantes de éste gestionan sus propias actividades: “llevamos curaduría y museografía. Todo está bien bonito y bien diseñado”. Menciona que aún les falta mejorar en algunos aspectos, pero está emocionada con los proyectos que vienen para ella y para Sprocket.
La fotógrafa no sólo enseña en sus clases y talleres, sino que aún continúa aprendiendo y autodescubriéndose en este extenso mundo que resulta ser la fotografía y la imagen.